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Poemas Grito de Mujer 2017 Badajoz España





Antonia Cerrato Martín-Romo




Té Blanco, Agujas De Plata



Las nubes viajan desnudas

las nubes viajan a solas

vienen cantando la nubes

tristes canciones de bodas.

Luce flor de té la niña

que huye como paloma

de un basilisco, marido,

que sus derechos destroza.

Desde ese balcón del miedo

hace el villano la ronda

y compra con vil metal

el vuelo azul de la alondra.

A la deriva, su infancia

sin que nadie en su zozobra

quiera librarla del cepo

que injustas leyes apoyan.


Es tiempo que de la mesa

caiga el pan que soborna

dando a la aguja de plata

su dignidad de persona.

Sea para ti la luz

que entre los libros asoma.

¡Huya la mutilación…

Y LIBERTAD PARA TODAS!

Mira a lo lejos estos versos

tal nubes viajando solas;

vayamos, nefelibatas,

a conquistar otra aurora.









Clara Blázquez Jiménez




No Te Resignes, Mujer




Todo se escapa de mis dedos,

nada queda, soledad talada,

afán mullido y vergonzante,

espalda que agotará el verdugo,

puñal de acero, escoba de los vientos.

¡Qué terrible lienzo

nevado en desnudez!

Qué terrible cabeza desgajada

intentando sonrisas de fantasma.

¿Qué cuerpo tuyo, mujer,

hacía otra madrugada

de ese lecho sin cuerpo?

Qué estrella captará,

dentro de siglos

la luz enmudecida

de ese desierto negro?


Mediodía de sol que desmaya

sin haber existido.

Qué duró afán creador

no siendo ángel,

¡ni siquiera ángel caído!

Qué necio resignarse

a que la muerte sea final de algo

Que ni siquiera ha comenzado.











José Manuel Ferrera Boza




Persecución, África Cristiana




Bajo las ramas de una Acacia sin hojas

Como tres espadas clavadas en la tierra

Tres negras cruces señalaban

¡El horror de la guerra!

A la orilla del río,

entre cocodrilos, serpiente y anacondas

cantaban alegres las niñas.

¡Llenaban con agua sus vasijas de barro!

Precavidas,

sabiendo peligrosa las orillas...

Pero no fueron las temidas fieras

las que devoraron y mutilaron sus cuerpos,

piel de aceituna y seda…

Tres madres de luto con sus rezos,

lágrimas de sal y el corazón temblando.

Los brazos en cruz hacia arriba

y los ojos, con la mirada perdida

en una nube negra que pasaba

¡Cómo lloraban, madre, cómo lloraban!

No pudo el cielo caridad alguna,

evitar el desastre,

¡fue certero el cuchillo!

¡La violencia veloz de aquellos salvajes!…

Bajo las ramas de una Acacia sin hojas,

de aquel invierno seco…

¡Tres cruces clavadas en la tierra!

Lloraba cada madre, con su duelo.










Julita de la Cruz Otero




Ocho Años, Solo



¡Que no quiero, madre! ¡Que no quiero....!

salir de mi propia casa

y quedarme sin tus besos.

Descansando en tu regazo

acurrucada en tu pecho

que no me lleve el tirano,

viejo rijoso y sin pelo.

Que no me venda mi padre

cómplice de este convenio

por unos pocos reales

profanando así mi cuerpo,

mi cuerpo y mi alma entera

aniquilando mis sueños.

¡Que no! ¡Que no quiero madre!

que todavía soy niña

que sigo yendo al colegio

que sólo son ocho años

y juego con los muñecos.

¡Que no, madre, que no!!!!!

que es un viejo y es muy feo

que me sueño por las noches

y siempre le tengo miedo.

Y....me va a hacer mucho daño....

¡Madre!, ¡Madre.....!!!!!

no me seas consentidora,

¡sálvame de este tormento!!!!!










José-Félix Sánchez-Satrústegui




La sonrisa de la muñeca



Una muñeca de expresión sonámbula y atuendo rosa apático, arrinconada en el desaire de un destino prematuro y glacial, observa a la niña, con la que jugueteaba en una nube polícroma hace apenas un instante, alejarse a deshora hacia el lugar donde la inhumana tradición de los humanos convierte las ilusiones en pesadillas.


La sonrisa de ambas queda suspendida en el vacío a la espera de que el denso viento de la rutina role y la devuelva a su tiempo arrebatado.


La abandonan en un desierto insensible, donde los adultos, en manada, agüeran vilezas y arrían esperanzas. La flagelan con sus eventos trascendentes y se acostumbra a sufrir, mientras se abaten con furia sobre ella todas las tempestades que arrugan la piel, arrodillan la mirada y enmohecen el alma. Se pregunta entre sollozos, sin comprender, por qué son importantes las cosas importantes de los adultos.


En el obligado exilio al anacronismo, donde se cruza con muchas otras víctimas, sueña con volver a soñar. Se le aparece una imagen borrosa, que cree reconocer, a la que los susurros que la rodean llaman Libertad, como ella, a la vez paradoja y deseo. En el espejismo, la reclama con gesto dulce. Ven, le sugiere, estirando el brazo.



Las cadenas se van desmoronando al ritmo de la música de los poetas, que acuden desde todos los rincones de la literatura; otros artistas, cargados de acuarelas, óleos y esculturas, llegan desde el nacedero de los colores para quebrar el silencio gris. Alguien canta, y su voz alienta una danza que pisotea la tierra donde se hallaban enterradas las palabras, que así renacen.


La muñeca, su muñeca, con mirada extática, le dedica una sonrisa cómplice que derrota aquel lugar dominado por los gritos de dolor, los silencios cobardes y las rimas disonantes. Le advierte a su niña al oído: “Libertad, este cuento queda abierto hasta que encontremos un final feliz”. La niña asiente y ambas ríen. A la noche inacabable, acomodada en la inercia, la recorre esa sonrisa contagiosa que insiste en derogar la crueldad de la costumbre y trae olor a amaneceres.














Rosa María Perona Timón






Nadie sabe



Qué sabe nadie

de mis largas noches sin luna,

de mis largos días sin luz.

De las lágrimas que me he tragado,

del dolor profundo de mis heridas,

de mis profundas soledades.

Qué sabe nadie

de mis tristes noches sin sueños,

de mis desvelos.

Donde perdida entre tinieblas,

buscaba caminos de olores frescos,

y sólo encontraba grandes vacíos

viejos y secos.

Qué sabe nadie

de mis angustias, de mis silencios.

De las ilusiones que la vida me ha robado.

De los seres más cercanos,

que la traicionera muerte,

se los fue llevando.



De las cosas que viví, sin quererlas vivir,

porque yo no las elegí, me tocaron.

Qué sabe nadie

de mis llantos,

de mis miedos,

de mis risas,

de mis ensueños.

De mis viajes por los tiempos,

tiempo pasado,

tiempo presente,

tiempo.

¿Qué sabe nadie?













José Luis Labad Martínez




Un grito de rabia

(Mi niña buena, mi niña)




Pequeña niña de ojos azules

que miran al cielo y suspiran

pensando en su muñeca de trapo

olvidada en algún lugar sobre el barro

o entre las montañas de escombros

que hoy cubren con tristeza la tierra.

Lucero del alba que dormita en el fango

cuando la luna se enturbia

ante el aullido del lobo hambriento

y las canciones convulsionadas

de sangre, hambre y miseria

que se desatan en la noche

como bramidos endiablados,

como terribles zarpazos

que envuelven los cantos

como condenas cadenciosas

que cubren sus tercos pesares

y llenan de tierra los ojos.

Niñas que son madres,

madres que nunca han sido niñas;

llantos que revolotean temblorosos

entre la rabia y la pena,

entre el querer y el no poder vivir,

entre el frío y la amargura

de perecer sin saber de qué.

Y en el fondo de esa fotografía

que cae en nuestras ennegrecidas manos,

está mi niña, mi niña buena.

Manos que se agarrotan

al oír una y otra vez

el estruendo de las bombas

caer a nuestro paso.

Y tal vez por algún motivo lejano

que desconocemos,

que no entendemos;

está ella, inerte en esa fotografía,

era mi niña buena,

mi niña menuda,


mi niña frágil y despeinada,

sin aliento y sin vida

pero mirando al cielo

con sus ojitos de pena

y recordando entre las lágrimas secas,

a su muñeca perdida, a su muñeca querida,

que duerme en aquella brecha,

en aquel mísero estercolero,

aquél, que un día fue su casa llena de vida

y que hoy se funde entre las lágrimas

y los estertores que claman al viento

por una paz que no nos llega,

que siempre nos niegan.

Deleznable desdén que nos vomita

el fuego despiadado de la parca

que entre llantos y condenas

nos visita de nuevo como cada atardecer.

Y entre todo aquel horror,

ahora yace mi niña,

mi niña buena,

la niña de mis delirios,

con una sonrisa tierna,

con su carita llena de sangre

y con las manos abiertas

pidiendo clemencia

y mirando hacia el cielo.

Allí se encuentra mi niña,

tirada en el suelo y sin vida,

con su carita de querubín

y su muñeca en los brazos,

mi niña, mi niña, mi niña buena,

allí se encuentra mi niña,

mi niña buena.

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